
Entre mi rutina habitual suelo meter chistes nuevos, camuflados, para ir probándolos a ver que tal funcionan. No hace mucho probé un chiste sobre un estudio científico reciente, tras el cual se oyen las carcajadas de una sola persona de entre todos los asistentes.
Al acabar el espectáculo, dicha persona se me acercó y me dijo, que tuvo que explicárselo a sus acompañantes porque nadie más lo había pillado.
Que luego el chiste no tiene por qué ser bueno, puede ser más malo que el vino de un restaurante chino, no digo que no, pero para poder valorarlo, primero hay que entenderlo.
Lo probé un par de veces más con idéntico resultado, y finalmente lo deseché.
También me pasó una vez, actuando en un pueblo de interior de una provincia del norte, que toda la gente que había ido a mi show me miraba con cara de póquer, ni un aplauso, ni una carcajada, ni una leve sonrisa, nadie, además, ni interrumpiendo ni nada, yo no sabia si habían dejado de respirar o qué, que parecía que estaba actuando en el museo de cera. Suelo aprovechar los aplausos para beber agua, para no frenar el ritmo, pero como ahí no aplaudía ni dios, decidí saltarme la regla para hidratarme puesto que tenía la boca mas seca que el coño de la madre superiora. Acabé el chiste y bebí agua. Ante esa pausa mas larga de lo normal, cual no sería mi sorpresa cuando a medio trago empieza todo el mundo a reírse. Todos. ¿Qué ha pasado? Comprobé la bragueta por si acaso. Todo ok. ¿Entonces? A ver si es que son un poco lentos…
En efecto. Decidí hacer la prueba, y a partir de ahí, donde yo sabía que tocaba reírse, hacía las pausas más largas, dándoles tiempo. Todo un éxito. Lástima no haberme dado cuenta antes, porque ya casi había terminado.
Cuando definitivamente acabé, me meto en la oficina (almacén) con el dueño, que aparte de pagarme, me regaló una camiseta promocional del local y, sin preguntarle yo nada, me dijo: «no te preocupes, llevo tres años haciendo monólogos y a todos los cómicos que vienen les pasa lo mismo. El último que vino, un tal Vaquero (hace tiempo de esto, ¿eh?) se comió una mierda también». ¿No ha funcionado ninguno?, quise saber. Solo Juanjo Albiñana, me contestó (Juanjo, si estas leyendo esto, yo no sabría cómo tomármelo).
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que hay algunos cómicos que no dan su brazo a torcer en cuanto a lo de que el público es soberano, que si pinchamos la culpa es 100% nuestra y nunca en ningún caso y bajo ningún concepto el público tiene algo que ver, bla bla bla. Gilipolleces. Eso lo dirán para hacerse el guay y/o sentirse superiores. Que me disculpe si algún compañero se da por aludido, no es mi intención ofender, pero si eso fuese verdad, no habría, por ejemplo, hecklers. Los hecklers también son público.
El público puede ser todo lo soberano que quieras, pero a mí que no me venga un tío que no ha terminado la ESO… Perdón. Reformulo la frase teniendo en cuenta cómo está la educación en este momento en este país: el público puede ser todo lo soberano que quieras, pero a mí que no me venga un tío que ha terminado la ESO sin haber hecho ningún mérito para conseguirlo, a juzgar mi trabajo, porque no.
El público confunde normalmente la objetividad y la subjetividad. Si a mí no me gusta, es malo, y si me gusta, es la polla. Clases de humor hay muchas, y a cada uno le gusta la suya, y eso no quiere decir que el resto sea basura.
Y pasa con todo. El mejor futbolista del mundo siempre es el que juega en tu equipo, el resto son unos mantas. El músico que merece todos los premios siempre es tu favorito, y los demás no tienen ni idea. Y así con todo. Mientras no seas capaz de decir «aunque a mí no me gusta este cómico, reconozco que es bueno» tu opinión no me merece ningún respeto.
No quiero decir que desprecie al público. Todo lo contrario. El público es sabio, soberano y respetable, para ellos hacemos lo que hacemos, no hacemos lo que nos gusta a nosotros sino lo que les gusta a ellos, probamos nuestros chistes para ver si son de su agrado, oh majestad, y así tener un espectáculo por y para ellos, y con ello reconozco que cuando pinchamos, la mayoría de las veces es culpa nuestra. Sólo digo que no siempre, o no toda la culpa es nuestra, porque hay algunos casos que… tela.
En esto del humor inteligente me gusta poner como ejemplo a Ignatius Farray. Para mí, es el cómico español actual que mas referencias culturales introduce en su espectáculo. Siempre que veo algún espectáculo nuevo suyo hay algún momento en el que pienso, hostia, eso que acaba de decir, sé que hay chicha, lo noto, pero no lo he pillado. No lo he entendido. No estoy a la altura como público (que sí, que luego se tira 20 minutos haciendo el grito sordo, pero fíjate tú, y esto es una suposición mía, opinión personal, que con el grito sordo realmente se está riendo de nosotros por ser tan simples).
También es verdad que humor inteligente no significa hablar forzosamente, por ejemplo, de ciencia. Una cosa es conocer determinados parámetros culturales, y otra distinta que no puedas pensar un poco, gandul. Puedes hablar de temas cotidianos, dándole un poco la vuelta para que te comas el coco. Humor inteligente no significa que tengas que tener un coeficiente de 150 para entenderlo, pero desde luego no es decir todo el rato «si no es por no ir…»
Y ahora es cuando viene la moraleja de esta historia: es decisión de cada cómico elegir entre hacer humor inteligente de verdad, en el que seas el no va más entre eruditos, pero te comas mojones como casas en según que sitios, o hacer un humor mas simplón, donde llegarás a todo el mundo, a listos y a tontos, pero donde un sector se cansará de ti por hacer siempre lo mismo, por no profundizar.
Eso ya, cada uno.
Ojo, no he dicho que por hacer humor no inteligente significa que seas tonto. Una cosa es tú, y otra lo que hagas y a quien vaya dirigido. Los programas infantiles no los hacen niños.
(By Antonio Castejo)
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...