
Nos la cogemos con papel de fumar, y sólo con leer eso ya habrá algún fabricante que se habrá ofendido.
Lo de José Mota ya es la gota que colma el vaso. Para quien no lo sepa, el sketch arriba mencionado trata de un médico que le dice a un paciente que le queda poco de vida. A lo largo de mi vida he escuchado miles de chistes populares con ese tema, he escuchando a monologuistas hacer chistes sobre eso, lo he visto en series y películas, y nunca han molestado. ¿Por qué, entonces, molesta hoy? ¿Y por qué molesta ese sketch en concreto, el cual he visto, y no tiene nada de ofensivo?
Pues porque está de moda ofenderse. Hay que sentirse indignado por todo, y si algo no te ofende pero ves que se ofende el de al lado, pues te ofendes también, que no vas a ser menos. Y ya de paso, pedimos la cabeza de alguien, que un acto tan deleznable como hacer un comentario desafortunado no puede quedar sin un castigo ejemplar.
Se ha debatido sobre los límites del humor hasta la saciedad, sin llegar a un resultado concluyente simplemente porque es algo muy subjetivo, y cada cual se pone sus propios limites. Pero es que el asunto ya no va de eso. Los límites del humor hace tiempo que quedaron atrás, porque hemos llegado a un punto de infelicidad y ofensa total, que no se puede abrir la boca para estornudar sin que se ofenda algún participante del mundial de lanzamiento de escupitajo.
Y no se ofende el objeto de la broma, no. Se ofenden los justicieros morales que miran por encima del hombro al resto de la humanidad, señalando con su dedo censor a todo aquel que exprese su opinión, sea cual sea, mientras defienden la libertad de expresión.
Como por ejemplo, Irene Villa. Ha sido víctima de chistes de humor negro desde que sufrió el atentado. Y según sus propias palabras, ella misma se ríe con esos chistes, e incluso tiene sus favoritos. Pero si ella no se ofende, no pasa nada. Hay todo un equipo de ofendidos profesionales, afilando hachas y listos para el ataque.
Hay para todos. Hace poco, Javier Cárdenas. Al margen de que te caiga bien o mal, al margen de que estés de acuerdo con él o no, tiene derecho a decir lo que le de la gana cuando le de la gana, como cualquier otro u otra habitante o habitanta de un país libre y libra. Lleva haciéndolo más de veinte años y hasta ahora nadie se había quejado. Pero ahora, tras veinte años, la caga un día, hace un comentario que no gusta, y surgen hordas pidiendo que lo metan en la cámara de gas. Estás veinte años haciendo radio y televisión, hablando mucho, que para eso es para lo que te pagan ¿y de verdad pensáis que hay que ser perfecto siempre? ¿Veinte años hablando sin parar y no puedes equivocarte ni una sola vez? Y luego a Jiménez Losantos se le da cancha ancha.
O a Toni Moog, con un tweet el uno de enero sobre el primer catalán del año, un bebé cuyos padres eran sudamericanos. Un grupo de ofendidos, incapaces de ver la broma y ya está, le acusaron de racista e intentaron movilizar las redes para boicotear sus espectáculos. Muy normal todo.
El humor ofende. Siempre. El humor blanco total no existe. El humor es verdad y dolor y, sólo por definición, le va a tocar los huevos (u ovarios) a alguien. La única manera de no ofender absolutamente a nadie, es no haciendo nada. ¿Es eso lo que pretende esta gente? ¿Erradicar el humor?
No se puede estar pidiendo perdón después de cada chiste, por si acaso. Ni se puede ni se debe. Hay que ver el humor como lo que es, bromas, ficción, no es real. No se pretende ofender, sino hacer reír, entretener, divertir. Y al mismo tiempo, ser un reflejo de la realidad, bien como crítica social, bien como un simple apoyo, hilo conductor, que te lleva a contar lo que realmente quieres contar. Y por suerte, la oferta televisiva a día de hoy es amplísima. Si alguien no quiere ver la realidad y prefiere sumirse en un mundo ideal y utópico, sólo hay que cambiar de canal.
¿No tenemos bastante con las obligaciones que tenemos que hacer a disgusto como para que en nuestro tiempo libre andemos buscando infelicidad donde no la hay? ¿La gente disfruta de la vida con tanto odio acumulado? Los cómicos curramos para hacer reír, no para hacer odiar. Y con tanta mala baba sólo vais a conseguir que cerremos la boca y ahí os quedáis con vuestra amargura.
Mientras tanto, TVE capeó la crisis por el camino fácil: pidiendo perdón. ¿Para qué complicarse la vida? Hay un espectador ofendido. ¿Por qué? Ni idea, pero ¿qué más da?, se le pide perdón y ya está. Porque el cliente siempre tiene la razón, aunque sea un perfecto gilipollas.
(By Antonio Castejo)
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